
Foto del espectáculo '#INCUBATIO Circumambulatio' en el CDN.
'#INCUBATIO Circumambulatio' o la sombra del artificio
En un momento en el que la danza contemporánea se ve desafiada por las herramientas digitales, la apuesta de Muriel Romero y Pablo Palacio por integrar la IA como recurso escénico resulta pertinente.
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En un momento histórico en el que el cuerpo parece haber cedido protagonismo al dato, #INCUBATIO Circumambulatio se nos presenta como una tentativa poética y tecnológica por recuperar el contacto con lo esencial, con lo interno, con esa imagen arquetípica que reside —o residía— en los pliegues más profundos de la psique.
Ideada por Muriel Romero y Pablo Palacio, con coreografía de la primera y música electroacústica del segundo, esta propuesta de la Compañía Nacional de Danza, asistida coreográficamente por Arnau Pérez, despliega ante el espectador un universo visual y sonoro de altísimo impacto, donde la danza se entrelaza con la inteligencia artificial y la tecnología interactiva de vanguardia. Pero también, quizá sin proponérselo, la obra abre una pregunta incómoda: ¿dónde ha quedado la danza?
Desde el inicio, el montaje seduce. Una iluminación milimétricamente diseñada y unos recursos audiovisuales espectaculares envuelven la escena en un halo de misterio tecnológico, casi de ritual futurista. La estética es poderosa, hipnótica por momentos. Un espacio que evoca tanto una cámara de incubación como un santuario electrónico, acoge a los cuerpos que transitan la escena. El espectador, inevitablemente, queda cautivado por el desfile de luces, texturas digitales y sonidos procesados en tiempo real, lo que hace de #INCUBATIO una experiencia sensorial innegablemente singular.
Según el programa de mano, la obra se inspira en la antigua práctica de la incubatio, un ritual de aislamiento físico y mental practicado en templos ancestrales, donde el adepto buscaba revelaciones oníricas que le ayudaran a reorganizar su mundo interior.
En nuestra era de hiperconectividad, saturación informativa y alienación sensorial, Romero y Palacio proponen recuperar ese espacio de introspección. Lo hacen, paradójicamente, a través de una tecnología desarrollada específicamente para la pieza, capaz de traducir el movimiento del bailarín en luz, sonido y formas visuales. Se busca, en teoría, una reinvención del trance, un viaje a lo subjetivo a través de medios objetivamente sofisticados.
El planteamiento conceptual es sin duda interesante. En un panorama donde la danza contemporánea se ve desafiada constantemente por las nuevas herramientas digitales, la apuesta de Romero y Palacio por integrar la inteligencia artificial como recurso escénico y generador de contenido coreográfico, resulta pertinente.
La obra no se limita a acompañar la danza con tecnología; intenta, más bien, producir una experiencia coreográfica en la que el movimiento es expresión corporal y también activador de un entorno sensible que responde en tiempo real.
No obstante, esta misma virtud se convierte en el mayor dilema de la propuesta. Si se despoja a #INCUBATIO de sus capas tecnológicas —si se apaga la luz, si se silencian los sintetizadores, si se anulan los algoritmos que generan el paisaje sonoro y visual—, lo que queda es una coreografía escasa, en ocasiones dispersa, más preocupada por el gesto que por la estructura, más pendiente de activar la máquina que de habitar el cuerpo. Hay momentos de belleza, sí, pero son esporádicos. Y muchas veces no nacen del cuerpo del bailarín, sino del artefacto que lo traduce o lo amplifica.
La pieza, en este sentido, parece haber caído en la misma trampa que denuncia. Si el objetivo era desconectarse del ruido externo para reconectar con la subjetividad, ¿por qué tanta dependencia de los estímulos externos? ¿Por qué tanta pantalla, tanto destello, tanto artificio?
La propuesta termina siendo contradictoria: mientras aboga por el aislamiento interior, atrapa al espectador en una vorágine sensorial que más distrae que profundiza. No se trata de desdeñar la tecnología —el arte contemporáneo, en todas sus formas, necesita experimentar con ella—, sino de preguntarse si, en el proceso, no estamos olvidando lo que nos convoca: el movimiento, la respiración, la poesía del cuerpo.
Esta reflexión cobra aún más fuerza al considerar el marco institucional de la propuesta. La Compañía Nacional de Danza lleva una temporada inclinándose hacia proyectos que privilegian lo conceptual y lo performativo, dejando en segundo plano su vertiente clásica. Y aunque la innovación debe ser bienvenida —especialmente cuando se aborda con la seriedad técnica y estética de esta obra—, cabe preguntarse si no se está relegando a la danza en su sentido más orgánico, más físico, más inmediato.
El público sigue esperando una CND que sepa integrar vanguardia y tradición, que no olvide el virtuosismo ni la narratividad del cuerpo, que sea capaz de dialogar con el presente sin renunciar a la herencia que la sostiene.
En suma, #INCUBATIO Circumambulatio es formalmente deslumbrante, conceptualmente sugerente y tecnológicamente admirable. Mas, es una obra que corre el riesgo de diluir la danza en su propio dispositivo. Frente a la promesa de un viaje interior, el espectador se encuentra más bien con un espectáculo exteriorizado, una inmersión en el artificio más que en la esencia.
Es, quizás, una metáfora perfecta de nuestro tiempo: buscamos lo sagrado a través de lo digital, lo íntimo a través de lo espectacular, el alma a través del algoritmo. Y, sin embargo, seguimos anhelando que la danza —el arte de lo efímero, del aquí y ahora— se atreva a volver a sí misma.
Tal vez el verdadero acto de resistencia hoy no consista en traducir el cuerpo a datos, sino en devolverle su misterio. Tal vez el trance que necesitamos no sea el que nos propone la máquina, sino el que surge cuando un bailarín —con su carne, su fragilidad, su alma— se atreve a danzar en silencio.