Imagen del colectivo Aquelarre en una jornada de protesta en contra de la central hidroeléctrica del Río Masipedro.

Imagen del colectivo Aquelarre en una jornada de protesta en contra de la central hidroeléctrica del Río Masipedro. Cedida

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Aquelarre, el colectivo feminista que lucha contra el embarazo infantil y por los derechos de las mujeres en Dominicana

República Dominicana es el país con la tasa de fecundidad infantil más alta de América Latina y el segundo con mayor número de feminicidios.

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En República Dominicana, una de cada cinco adolescentes de entre 15 y 19 años ya ha tenido un hijo o está embarazada, siendo el país con la tasa de fecundidad infantil más alta de América Latina.

Además, el 65% de las menores con edades comprendidas entre 15 y 17 años ha sido víctima de violencia sexual en algún momento de su vida, según cifras de UNICEF. Pero estos alarmantes datos no mejoran una vez que estas mujeres cumplen la mayoría de edad.

Según la Encuesta Nacional de Agresiones Sexuales contra la Mujer de 2024, el 18,6% de las mujeres mayores de 18 años ha sido víctima de agresión sexual, y el 6,3% ha sufrido un intento de violación.

En Dominicana, parece que ser mujer se ha convertido en un deporte de riesgo. Pero, en este caso, se esconde algo más. Según los datos del Ministerio de la Mujer, el 70% de las víctimas no había completado sus estudios superiores y el 72,1% percibía ingresos mensuales muy por debajo de la media.

Sin embargo, a pesar de este alarmante contexto —y aunque parezca mentira—, la violencia machista "es un tema poco explorado en el debate feminista que predomina en el país, y más aún si se trata del que compete a las mujeres de los barrios y periferias ruralizadas del interior del país".

Por eso, una veintena de mujeres decidieron armarse en la lucha contra esta lacra. Era 2019, y lo que comenzó como "un proceso de reflexión entre lideresas jóvenes racializadas que militaban en el movimiento estudiantil, ambiental y popular", acabó convirtiéndose en lo que hoy constituye Aquelarre.

Miembros del colectivo Aquelarre.

Miembros del colectivo Aquelarre. Cedida

Se definen como el "primer colectivo feminista antirracista del Valle de Bonao, en la isla Ayití, en el Caribe", y nacieron con el objetivo de "construir una propuesta política feminista negra que supere el adultocentrismo, la despolitización, la falta de estrategias y la desconexión del movimiento feminista dominicano con las demandas de las mujeres en menor escala de privilegios".

Una cultura de normalización

"Diablo, mami ¿y tó eso e tuyo?"; "si como camina cocina, quiero el concón".

Estas frases, consideradas "piropos" por los hombres que pasean por las calles del país dominicano, son, según afirman desde el colectivo Aquelarre a ENCLAVE ODS, "constantemente repetidas en entornos urbanos y rurales".

El acoso callejero a las mujeres es algo ya "completamente normalizado", pero la base que sienta es aún más peligrosa de lo que se imaginan.

Desde la asociación feminista advierten que se trata de un "mecanismo de incitación creciente, que llama a considerar a las mujeres como víctimas de la 'natural' violencia masculina".

Y no se equivocan. República Dominicana es el segundo país de Latinoamérica con la mayor tasa de feminicidios, solo por detrás de Honduras, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Ante esta terrorífica realidad, este 'aquelarre' —nombre tomado en honor a las reuniones entre brujas— de mujeres, decidió atajar el problema "de raíz".

"Estas cifras se han normalizado en el país, y para atajar estas desigualdades hay que modificar la cultura, pasando por cambios en la estructura social, económica y política, más allá de las soluciones individuales que se vienen dando", apuntan.

Y una de las maneras de 'enganchar' este problema desde la base, indican, radica en empezar "por la educación": "Estas injusticias se dan en el plano de la desinformación. Si no existen las herramientas adecuadas, no puedes tomar decisiones desde el plano de la información, la libertad y la asertividad".

Manifestación feminista.

Manifestación feminista. Cedida

Por eso, desde Aquelarre comenzaron por incidir en la muy conservadora provincia de Monseñor Nouel, en el norte del país, para que las mujeres de los municipios de Bonao, Maimón o Piedra Blanca pudieran encontrar en sus barrios la formación, la resistencia y la sororidad de la lucha feminista.

"Estamos generando espacios comunitarios en distintos puntos pensados para educar de forma integral. Ofrecemos talleres donde educamos sobre el consentimiento, los métodos anticonceptivos, el ciclo sexual y menstrual, las diversas ETS y cómo protegernos frente a ellas, siempre desde una óptica multidimensional, apuntamos al racismo, el clasismo y las desigualdades estructurales que permean y perpetúan la inequidad en la sociedad dominicana", explican.

Bajo este paraguas comenzaron creando lo que llaman "la Escuelita Barrial de ESI", donde abordan la problemática, por ejemplo, "del embarazo adolescente o las uniones tempranas" de una manera "más estructural e integral, con un enfoque de cambio que apunte a la transformación de la cultura de forma creativa y aspirando a las autonomías económicas de las familias".

Esto, que empezó como un pequeño proyecto, dio un paso más, sumando a la red de Aquelarre en 2022 la Casa Cultural La Cimarrona, "la primera casa afrofeminista y kuir en la región Cibao sur".

Esta, constituida como un "espacio seguro para mujeres" y "un territorio libre de afecto y encuentro para la imaginación política radical", fortalece el tejido social comunitario, "impulsando procesos de formación política y soberanía alimentaria para el cambio de la cultura racista, colonial, patriarcal y capitalista para la defensa del agua, el territorio y la vida".

Un colectivo de triple acción

Porque Aquelarre no es solo un colectivo feminista. Lo que empezó con un afán de reeducación de la cultura dominicana y la creación de un espacio seguro y de debate para mujeres, ha acabado siendo un proyecto que va mucho más allá.

La agrupación desarrolla, actualmente, acciones centradas en torno a "tres ejes de trabajo": justicia reproductiva, defensa del territorio y organización política.

En cuanto al primer gran bloque de intervención, afirman que "no se puede romper techos de cristal, cuando la mayoría de las mujeres negras, racializadas, de ascendencia haitiana, estamos en el sótano".

Casa Cultural La Cimarrona.

Casa Cultural La Cimarrona. Cedida

"Consideramos que el sujeto político feminista es heterogéneo y por eso trabajamos desde la educación popular y la justicia sexual y reproductiva desde un enfoque antirracista, centrando el acceso a educación sexual integral desde el goce y el placer, y abogando por el aborto seguro y legal en todos los contextos jurídicos", añaden.

En ese sentido, sus acciones van desde la celebración de talleres, charlas escolares y conversatorios, hasta cine-foros comunitarios sobre autonomía corporal, violencia obstétrica y racismo estructural y salud menstrual.

Pero esa visión expandió sus miras en busca del foco de un problema que va más allá del machismo, y que tiene su base en que este territorio ha sido históricamente "laboratorio de los imperios y del colonialismo".

"Nuestras prácticas políticas deben contrarrestar las dinámicas deshumanizantes y de muerte heredadas dentro del estado nación. Crecimos en una zona de sacrificio, donde operan multinacionales extractivistas e hidroeléctricas que cada día amenazan el cauce de nuestros ríos, el agua, nuestras montañas, nuestro territorio y nuestra vida", sentencian.

A este respecto, "las mujeres y disidentes sexuales racializadas y ruralizadas en nuestro territorio han encarnado el empobrecimiento sistemático, el racismo ambiental y las políticas de muerte del estado nación. Por eso, para nosotras es fundamental la construcción de un accionar político antirracista por la vida, desde las comunidades, rescatando los saberes comunitarios como apuesta política descolonial y de imaginación radical".

Por ello, se han unido a la Coordinadora Nacional Popular y a la Red Socioambiental Nacional en movilizaciones, marchas, plantones y caravanas en denuncia de las problemáticas ambientales que afectan las comunidades en el país.

Además, recuperando esa idea de una acción política, conformaron el último eje —y posiblemente uno de los más importantes: la construcción de "un proyecto político colectivo a largo plazo, más allá de las coyunturas".

"A través de la celebración de encuentros barriales junto a las mujeres de sectores populares, estamos articulando movimientos por la justicia social, trabajando desde las bases para proponer transformaciones profundas, no necesariamente atadas a las lógicas institucionales", explican.

Por último, afinan en que "concebir las luchas fragmentadas es una trampa colonial. Si estamos ante una crisis civilizatoria que es multidimensional, entonces nuestras respuestas como movimientos deben ser multidimensionales".