
Un norcoreano vigila la frontera. Imagen de archivo.
El expolicía norcoreano que conoció la libertad censurando 300.000 películas extranjeras: "Hui para evitar la purga"
Chung Eui-sung formaba parte del régimen, "pero no era el régimen". Cuando ejecutaron a uno de sus familiares decidió escapar de un país donde el control y el miedo son absolutos. Hoy, desde Corea del Sur, relata a EL ESPAÑOL los horrores que vivió antes y durante su huida.
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A bordo de una pequeña embarcación, una persona común, con una fuerza corriente, puede alcanzar remando una velocidad de hasta 25 kilómetros por hora. En las aguas del mar Amarillo que bañan la costa de Corea del Norte, superar esa velocidad es sinónimo de muerte. Los radares del régimen de Kim Jong-un detectan los movimientos rápidos y los patrulleros interceptan a cualquiera que se acerque a la frontera.
Cuando Chung Eui-sung decidió escapar, conocía esos cálculos. Por eso, a pesar de que el barco que había conseguido tenía un motor con siete caballos de potencia, decidió empuñar las palas y remar. Era consciente del peligro. En su país, huir a Corea del Sur se considera alta traición. Si te capturan, el castigo va de la cadena perpetua en un campo de prisioneros políticos –"de donde es imposible escapar", dice– a la ejecución inmediata.
Conscientes del riesgo que implica huir por mar, la mayoría de desertores opta por cruzar la frontera con China, un camino más largo, caro y que requiere contactos e intermediarios. Chung Eui-sung, expolicía del régimen, no contaba con ninguno de esos recursos, así que decidió arriesgarse. Porque quedarse era peor. "Hui para evitar la purga", explica.
En Corea del Norte, los castigos no solo afectan a los acusados, sino también a sus familias y amigos. Hasta tres generaciones deben pagar por los delitos de una sola persona. Chung explica que uno de sus primos, involucrado en labores de inteligencia, fue ejecutado tras una operación fallida en el extranjero. Fue entonces cuando decidió dejarlo todo atrás y marcharse: "No podía hacer otra cosa que escapar".
Escapó al anochecer, portando consigo varias ampollas de veneno: "Era para las ratas; el barco estaba plagado", aclara. Chung confiesa que estaba aterrorizado. Lo hace sentado en un Starbucks en el centro de Seúl, donde ahora vive y donde ha citado a EL ESPAÑOL. Sobre la mesa, una taza de café y sus manos plegadas una sobre la otra.

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Un gesto que podría transmitir seguridad, si no fuese por el temblor que delata lo que luego reconoce: "Estoy nervioso, no suelo dar entrevistas". Una reticencia justificada. Desde que dirige el think tank World Institute for North Korea Studies, ha recibido amenazas del régimen. "Me han hackeado la cuenta de correo electrónico varias veces". Pide que no le hagamos fotos. Cuando retoma su historia, baja el tono de voz y oculta la mirada tras la montura de sus gafas.
"Lo peor fue cuando me acercaba a la frontera", dice entre susurros. Se refiere a la Línea Límite del Norte (LLN, por sus siglas en inglés), la frontera marítima no oficial que separa a las dos Coreas. "Había un barco de vigilancia escoltando tres barcos de almejas. Supe que era norcoreano porque llevaba una luz roja; los del sur usan luz amarilla". La embarcación, sostiene, pasó muy cerca de la suya. "Me vieron, estoy seguro. Pero luego entendí por qué no me detuvieron: ellos también estaban ilegalmente fuera de su zona, pescando. Si me delataban, se delataban ellos mismos".
"Cuando ejecutaron a mi primo, supe que no me quedaba otra que escapar"
Finalmente logró cruzar al otro lado y alcanzar la isla de Yeonpyeong, situada a unos 12 kilómetros de la costa surcoreana. Eran las dos de la madrugada cuando hizo saltar todas las alarmas en la unidad militar de la zona. De inmediato se activó el protocolo.
Cada vez que un norcoreano logra llegar al sur, el procedimiento es claro: primero, es sometido a un riguroso interrogatorio por parte de los servicios de inteligencia, que tratan de descartar que sea un espía. Superada esa etapa, se le concede automáticamente la nacionalidad surcoreana, ya que Seúl considera a los norcoreanos como ciudadanos propios, en línea con su aspiración de reunificar ambos territorios, separados desde la firma del armisticio en 1953. Además, se les ofrecen ciertos beneficios para adaptarse, como ayudas para encontrar casa, trabajo o formación. En general, se les intenta adaptar a la sociedad coreana, una sociedad que, contra todo pronóstico, Chung Eui-sung conocía bien.
Un policía de la censura
Antes de llegar a Corea del Sur, Chung ocupó un puesto clave dentro del aparato de control del régimen: fue un policía de la censura. Durante tres años trabajó en la Unidad Ejecutiva de la Fuerza Conjunta 109, un departamento especializado en la censura de publicaciones y materiales audiovisuales extranjeros. En Corea del Norte, cualquier indicio de influencia occidental es severamente castigado. Por ejemplo, bajo el régimen de Kim Jong-un, escuchar una canción de K-pop o ver un K-drama puede conllevar hasta 10 años de trabajos forzados.
"Durante ese tiempo llegamos a confiscar cerca de 300.000 copias de DVD con películas y series surcoreanas", recuerda. En el mercado negro, una película proveniente del sur, obtenida ilegalmente mediante la interceptación de señales, puede venderse por hasta 15.000 wones (unos 15 euros), en un país donde el salario mensual ronda los 1.500 (un euro y medio). "Todos querían venderlas para poder sobrevivir".
Bajo el pretexto de revisar el contenido en busca de material ideológicamente inaceptable para el régimen, él tuvo acceso a una ventana al mundo exterior. "Así descubrí lo que significaba la libertad", afirma.
Amar en tiempos de hambruna
"Formaba parte del régimen, pero no era el régimen", asiente con firmeza el expolicía. Y es que en Pyongyang, relata, los funcionarios son designados por el Gobierno y se dividen en dos clases muy distintas: aquellos que trabajan en instituciones de poder —como los órganos judiciales— y reciben beneficios considerables además del salario; y los funcionarios comunes, asignados a comités civiles, con ingresos mínimos y escasas oportunidades de progreso. Él era de los segundos.
"Con mi salario apenas podía pagar un plato de fideos. Era imposible sobrevivir", relata el expolicía.
Incluso el amor, dice, era un lujo difícil de alcanzar. "Amar también era difícil en Corea del Norte", reflexiona. Muchas mujeres, forzadas a buscar medios para subsistir, se veían obligadas a comerciar en los jangmadang, los mercados informales del país. Esa necesidad constante de supervivencia las ponía con frecuencia en situaciones comprometidas y bajo el riesgo de represalias.
Chung Eui-sung prefiere no dar más detalles sobre el trabajo que realizaba en el norte. Confiesa que trabajó en el Departamento de Control Público y Vigilancia de la Población, pero rechaza hablar de si participó en alguna represión contra sus conciudadanos.
"Durante una purga colgaron de un mástil a un anciano y lo ridiculizaron"
No obstante, aún recuerda con horror una de las mayores masacres que presenció: el llamado incidente de Simhwajo, una purga masiva llevada a cabo entre 1996 y 2000, durante el régimen de Kim Jong-il, padre del actual dictador. La operación coincidió con la devastadora hambruna de los años 90, conocida como la Marcha Ardua, que dejó entre 300.000 y dos millones de muertos debido a la escasez de alimentos y el colapso económico.
Kim Jong-il utilizó la purga como una estrategia para desviar la atención de la crisis y consolidar su poder. Más de 25.000 personas fueron acusadas sin pruebas, muchas de ellas ejecutadas o enviadas a campos de concentración. "Algunas eran señaladas únicamente por su documento de identidad. Eran casos completamente fabricados", relata Chung.
Uno de los recuerdos más perturbadores que conserva es el de un anciano, colgado de un mástil y exhibido públicamente. Algunos, burlándose, decían: "¿Cómo habría llegado tan lejos si no fuera un espía?".
Un amigo cercano de Chung también fue víctima de esta represión: fue detenido y enviado a un campo de concentración. En el año 2000, cuando Kim Jong-il temió que la purga generara descontento popular, ordenó una amnistía masiva y su amigo fue liberado. "Me contó que vivían en lo que llamaban celdas de reflexión: una habitación de un metro cuadrado donde no podías ni estirarte", explica. Al ingresar al campo, los presos podían llevar una olla arrocera y algunos enseres, pero las autoridades lo confiscaban todo, dejándoles solo la olla. Eso era lo único que podían conservar de su vida.

Desfile militar de Corea del Norte. Omicrono
En Corea del Norte, cuando una familia es enviada a un campo, las mujeres casadas no son arrestadas directamente, ya que son consideradas "externas" a la familia. Sin embargo, el régimen impone el divorcio forzado, dejándolas sin protección legal ni derechos sobre sus hijos o bienes. Eso le sucedió a la mujer de su amigo, que estaba embarazada.
"Todo el sistema está diseñado incluso para impedir la reproducción", denuncia Chung. En los campos, si el hombre trabajaba 12 horas, la mujer era obligada a salir justo cuando él volvía, impidiendo cualquier acercamiento. "No se les permitían tocarse, abrazarse ni tomarse del brazo. Una vez dentro, dejabas de ser una persona; te convertías en parte de un sistema de represión total".
Su amigo logró sobrevivir y regresar. Pero de los 12 familiares que entraron con él en la cárcel, solo tres volvieron.
Esa purga acabó, pero el régimen encontró la manera de seguir controlando a la población a través del miedo. "El control es horizontal, no se puede mostrar descontento porque tu vecino te puede delatar y toda tu familia puede ir a la cárcel", detalla. Por eso, arguye, "uno vive como si no pasara nada".
Camino de una sola dirección: Rusia
Otro de los pilares que sostiene al régimen norcoreano es el control absoluto de las Fuerzas Armadas. Soldados como los que Chung Eui-sung conoció en su época de funcionario han sido enviados recientemente a Rusia para combatir en la guerra de Ucrania, como parte de un acuerdo de colaboración mutua entre Kim Jong-un y Vladímir Putin.
"Dudo mucho que los militares sepan a dónde van realmente. Lo más probable es que les digan que se están preparando para una guerra contra el Sur", sostiene Chung, mientras su experiencia personal se mezcla con su actual trabajo como analista. Pero una vez en el frente, los soldados están luchando contra un ejército que no habla su idioma, en un país que no conocen. "Tienen ojos, entienden, pero tampoco pueden escapar".
"Cuando un norcoreano es capturado en Ucrania, su país lo abandona. Lo mejor que puede hacer es desertar"
Chung, que logró huir una vez, conoce bien lo que eso significa: "Una vez que avanzas, no puedes regresar. Allí todo es una carretera de un solo sentido". Conoció a muchas personas atrapadas en un bucle mental: "¿Cuál es mi lugar?". "¿Cuál es mi papel en esto?". "¿De dónde saco mis recursos?". Inmersos en esa incertidumbre, la mayoría actúa simplemente porque no tienen escapatoria. "Lo mejor que pueden hacer es desertar", recomienda.
Lo cierto es que cuando un soldado es capturado por el enemigo, automáticamente cae al estrato más bajo del sistema norcoreano. Son etiquetados como desertores, traidores, inútiles. Aunque hayan sido militares formados por el régimen, pierden todo valor. "Cuando son capturados, su país los abandona".
Es una lógica que no es nueva, sino que ya se vio durante la Guerra de Corea. Entonces, los prisioneros que caían en manos del enemigo no eran vistos como víctimas de guerra, sino como traidores. Muchos fueron enviados a campos de prisioneros o asignados a los peores trabajos forzados. Chung toma aire, mueve la taza de café y niega con amargura: "Ellos ya no pueden remar, no les queda otra opción que morir en el frente".
Esta entrevista ha sido posible gracias al trabajo de traducción e interpretación de Lee Youngin.