Cuando Lorenzo de Médici se presenta en sociedad hay quien piensa que se trata de un mote o de una broma. "¿Acaso es usted descendiente de El Magnífico?". Su marido tardó varios meses en percatarse de que aquel hombre de fuerte acento italiano, políglota, elegante, de personalidad ecléctica y refinada, era verdaderamente quien decía ser: el último heredero de la poderosa familia de mecenas florentinos. Sus antepasados catapultaron las carreras de grandes artistas del Renacimiento, como la de Miguel Ángel o la de Sandro Botticelli. Popularizaron, en el siglo XV, el concepto de banca moderna a través del Banco Mediceo. Hasta entronizaron en el Vaticano a Papas como León X, Clemente VII o León XI, todos ellos Médici.
Sin este apellido, Europa no sería como la conocemos. ¿Habría llegado León XIV, Francis Prevost, el sucesor del Papa Francisco, a la Cátedra de San Pedro? ¿Qué habría sido de la Santa Sede sin la Capilla Sixtina, de Florencia sin el David o del Louvre sin La Gioconda? Quizás una mezcolanza de artes, un espejo sin reflejo. O puede que hubiese brillado algo muy diferente, nuevos Donatellos, Ghirlandaios y Lippis capaces de legar al mundo obras hoy inimaginadas.
"El Hombre es inteligente. Si no lo hubiera hecho mi familia, otro habría llegado. Lo que hicimos fue aparecer en el momento apropiado. Los Médici tenían una filosofía, una visión. No eran guerreros. No construían fortalezas ni castillos. Erigían villas y palacios. Por la belleza, por la vida, por el arte. ¿Era marketing? Claro. No todos los días uno termina la catedral de Florencia ni encuentra a Brunelleschi. Pero si la gente se acuerda hoy de nosotros es por el legado artístico. No por haber invadido territorios ni tener los ejércitos más grandes. Sin los Médici, Florencia sería una ciudad más de provincias".

Lorenzo de Médici posa tras un juego de espejos en el Palacio da Bacalhôa, en Azeitao, Portugal. E. E.
Por las venas del actual Lorenzo de Médici corre la noble sangre del Magnífico, de quien solo –el tiempo es relativo– le separan dieciséis generaciones. Reside el mediceo en Azeitão, Portugal, desde hace ocho años, aunque los veinte anteriores se los pasó a caballo entre Barcelona y Sitges. Suma 74, pero no le gusta reconocerlo porque mantiene el espíritu incombustible de quien ha comprendido que la juventud no es un tiempo de la vida, sino un estado del alma. A pesar de estar casado con un hombre, tuvo dos mujeres que hoy son sus mejores amigas. No tiene hijos, pero sí un hermano.
Recibe a EL ESPAÑOL en la Quinta da Bacalhôa, un viejo palacio renacentista del siglo XVI que fue propiedad de la Casa Real portuguesa. Hoy pertenece a la familia Berardo, la novena fortuna lusa, de la que Lorenzo es buen amigo. En sus laberínticos jardines arabescos atestados de bustos sobre pedestales que recuerdan a las viejas hermas griegas sopla un viento fresco, otoñal. Ha llovido. Las nubes juegan al claroscuro mientras el entrevistado camina frente a un estanque y unas vides.
PREGUNTA.– ¿Como ha influido su linaje en su identidad? ¿Qué peso tiene llamarse Médici?
RESPUESTA.– Si toda la vida te enseñan que debes comportarte de una manera, que tú perteneces a una familia que debe mantener muy alto el nombre y el apellido, no puedes crear un escándalo que ensucie tu linaje. Eso cambia tu forma de ser. Aún me sorprende que cuando llego a cualquier parte del mundo, a Nueva York o a Japón, miren mi pasaporte y me digan: 'Ah, Lorenzo de Médici'. Es impresionante cómo cambia la actitud y se muestra un gran respeto.
P.– Su ancestro es el mismo Lorenzo El Magnífico y desciende del papa Clemente VII y del primer duque de Florencia. El legado familiar, sin embargo, morirá con usted.
R.– A mí me separan dieciséis generaciones de Lorenzo El Magnífico. Y, sí, yo seré el último de esta rama de la familia, porque ni mi hermano ni yo hemos tenido descendencia. ¡No nos explicaron cómo se hace eso! Queda por ahí una rama lejana de los Médici en Nápoles que lleva el apellido y otra muy tirada por los pelos que fueron adoptados y no llevan la misma sangre.

Lorenzo de Médici, descendiente de la familia Médici, observa el horizonte en los jardines del Palacio da Bacalhôa, en Azeitão, Portugal. E. E.
P.– Hay algo romántico en ser el último, pero ¿no le pesa esa pérdida?
R.– Nunca lo había visto así, como algo romántico. Yo lo encuentro más bien deprimente. Ahora, a mi edad, me doy cuenta de que muere toda la gente de mi generación. Los testigos de mi pasado, gente que ha estudiado conmigo, va desapareciendo. No puedo compartir mis recuerdos con nadie. Es el lado triste de ser el último en algo. Pero yo creo mucho en el destino. Me ha hecho nacer en esta familia igual que me ha hecho ser el último.
Un exiliado de Cataluña
Lorenzo de Médici, por si se lo pregunta el lector, parla en perfecto español –entre otros cinco idiomas– aunque tiene los dejes lingüísticos del italiano. Es, además, autor de once libros, todos ellos sobre su familia. El último lo publicó en 2024, El Florentino, y en mayo llevará a las estanterías Los Médici. Mi familia, una actualización de su primera obra, Los Médici. Nuestra historia, publicada en 2002, que contará con 17 nuevos capítulos. Además, en septiembre de 2025, participará en el prestigioso festival literario Hay Festival, celebrado en Segovia. Actividad frenética anclada a lo literario.
A diferencia de otros descendientes de la aristocracia, durante toda su vida Lorenzo de Médici ha tenido que ganarse la vida. Nació en Milán en 1951 y estudió en Suiza para licenciarse en Economía. Trabajó en una banca del país alpino, pero duró un mes en el puesto. "Me di cuenta de que no era lo mío, así que abandoné".
Su padre, que era propietario de una empresa de electrónica con 170 trabajadores, le dejó a cargo de la parte comercial. Llegaron a tener 20 filiales en todo el mundo, pero también se cansó de un oficio que "no entendía, porque no era ingeniero". Lo dejó todo de nuevo para, esta vez, vivir en Montecarlo, Mónaco. Allí abrió un estudio de diseño de prendas de lujo con el que ganó fama fabricando piezas de cachemir.

Lorenzo de Médici escribe en el libro de firmas del Palacio da Bacalhôa, en Azeitāo. E. E.
"Llevar este apellido es una maldición de mis antepasados", confiesa con un retazo de amargura. "Mi padre también se llamaba Lorenzo. Es una obsesión. Durante cinco años estuve tan harto que utilicé el nombre de mi madre como seudónimo. Cuando vivía en Montecarlo, siempre que volvía de Niza de cenar o de bailar me paraba la policía. 'Ah, es usted el príncipe', me decían, y podía seguir. Cuando la policía te conoce tanto, es hora de irse. Fue así como acabé en España".
Nada más llegar a Cataluña, la legendaria familia Güell lo invitó para presentar un libro sobre Antonio Gaudí. Allí encontró su vocación como escritor. "Una editora me dijo que debía hacer un libro. 'Pero si yo no sé de eso', le contesté. 'Bueno, usted empiece a escribir ideas y recuerdos'". La pluma, milagrosamente, fue movida por esa hybris que despierta el furor poético y el entusiasmo del artista primerizo. Empezó a rociar tinta sobre el papel y, eureka, el Médici comenzó a formar parte, a su manera, de la historia de la literatura.

Lorenzo de Médici posa frente a un cuadro de Vittoria della Rovere, gran duquesa de Toscana e hija de Claudia de Médici, casada con Ferdinando II de Médici y madre de Cosimo III de Médici. E. E.
Así nació Los Médici. Mi familia, su primer libro, un éxito de ventas traducido a nueve idiomas. Con ello firmó su segunda sentencia, esta vez literaria: "He publicado ya once libros, pero siempre me piden que meta a un personaje de mi familia. La gente sólo quiere que hable de eso. Para mí es un aburrimiento. ¡He escrito tres novelas policiacas y me las han rechazado por no tener a los Médici en la trama!".
Tras dos décadas en Cataluña, se exilió. "Estaba harto de los problemas de la independencia. Mi marido y yo estábamos eligiendo un sitio en España, pero como no nos poníamos de acuerdo porque él miraba al norte y yo al sur, al mar, para bañarme cada día, en fin, vinimos a Portugal de vacaciones y encontramos este piso provisional. Ya llevamos ocho años, así que imagínate qué provisional...".
A pesar de ser descendiente de una de las familias más poderosas y acaudaladas de todos los tiempos, de que decenas de museos cuenten con esculturas y cuadros de artistas aupados o apoyados por su familia y de sus buenas vinculaciones con la nobleza –no faltan en su apartamento de Azeitão ni una fotografía firmada del puño y letra del rey Juan Carlos ni un sillón con 300 años de antigüedad similar al que Trump tiene en la Casa Blanca–, el actual descendiente no goza de una gran fortuna.
"Mi padre, que era empresario, fue víctima de una estafa piramidal perpetrada por Bernie Cornfeld. Yo pensaba que era un hombre inteligente. Su fortuna se perdió con él. Fue uno de los grandes escándalos de los años 70. Este tipejo acabó en prisión y al final de su vida, cuando salió, pudo vivir en un castillo en Francia cercano a la frontera de Suiza, a nuestro lado. Arruinó a mi padre y a miles de personas. Tengo la mala suerte de ser el número siguiente de la familia".

Retrato de Lorenzo de Médici. E. E.
P.– ¿Ha perdonado a su padre por haberle dejado sin legado?
R.– Em... [Hace un parón]. No. No lo he perdonado. Es algo que no puedes perdonar. Por la estupidez. Si fuera por la guerra, no dices nada. ¿Pero por algo así? Tuvo la oportunidad de ganar muchísimo dinero. Durante la guerra, él tuvo en exclusiva la importación de cereales de Argentina. Amasó una gran fortuna. Supongo que, a dinero mal ganado, dinero mal perdido. Así que si mueves algún mueble y sale un Miguel Ángel, avísame.
Algún legado, no obstante, sí le queda. Como un cuadro que reposa en su comedor. Se trata de una copia de una pintura de Carlos I, rey de Inglaterra. Una de las cinco que existen en el mundo. Data de 1640. "Cuando tenían que casarse, los soberanos enviaban su retrato para que se les conociera. Para ver el aspecto que tenían. Siempre eran unos mentirosos, claro. Pero ese cuadro se lo dio Carlos I al embajador de la Toscana en Londres, Antonio de Médici. Creemos que proviene del taller de Van Dyck".
P.– ¿Qué pasó con los Médici después de su esplendor florentino?
R.– Entraron nuevas dinastías en Toscana, como los De Lorena. Ellos no veían con buenos ojos las ramas restantes de los Médici, así que se fueron al exilio. No muy lejos, a Milán, o al norte de Italia. Poco a poco, fueron perdiendo influencia. Pero hicieron algo muy inteligente: cada uno de los miembros de mi familia acabó encargando su propia colección de arte. Leopoldo de Médici, Francisco María de Médici, Carlo de Médici. Después, también cometieron grandes errores. Por ejemplo, gran parte del dinero de los Médici se perdió cuando Cosme II se convirtió en gran duque de Toscana.
P.– Fue una mujer la que hizo que el legado de los Médici se conservara tal y como hoy lo conocemos.
R.– Exacto. Ana María Luisa de Médici. La última de la rama Gran Ducal [Lorenzo de Médici pertenece a la del Príncipe de Médici]. En pleno siglo XVIII, 1742, se había convertido en la heredera más rica de Europa. Tuvo una fortuna colosal. Ella no tuvo hijos, así que pensó: si divido todo entre mis primos, en dos generaciones no quedará nada. Se habrá compartido, vendido, nadie se acordará de nosotros. Pero si mantengo todos mis tesoros unidos y se los dedico a la ciudad de Florencia y al estado de Toscana, atraeré a turistas y a jóvenes para que quieran ver nuestros tesoros. Y es exactamente lo que pasó. La gran herencia de los Médici.

Lorenzo de Médici en el salón de su apartamento en Azeitāo. E. E.

Detalle del árbol genealógico de los Médici. E. E.
P.– ¿Qué opina de la concentración de poder en manos de unos pocos?
R.– Me parece nocivo. Mira a Elon Musk. Es gente que pierde la cabeza, el contacto con la realidad. Nunca estaré a favor de la acumulación de poder económico o político en unas pocas manos. Es mejor que existan organismos de control. Pero eso no ha cambiado nada desde la época de El Magnífico. Hubo más de un Médici que cometió actos no muy católicos. Decir que éramos santos sería mentir. Los villanos siguen siéndolo y los buenos son los buenos. Estos segundos, sin embargo, no llegan muy lejos, y los primeros siempre triunfan.
La fortuna de los Médici llegó a ser colosal. Hasta el punto, o eso se dice, de que llegaron a amasar el mayor patrimonio jamás cosechado por una misma familia en Europa. Ese éxito no fue sólo gracias a su mecenazgo, sino a su olfato para los negocios. Los Médici eran comerciantes y banqueros. Los antepasados de Lorenzo fueron pioneros en el desarrollo del sistema bancario moderno y crearon algo hoy tan común como la doble contabilidad, es decir, la división del patrimonio en activos y pasivos.
"Fueron los primeros en crear un holding. Tenían un banco en Florencia, otro en Brujas, otro en Londres, otro en Sevilla. Era una red pero con sistemas independientes. Es decir, si uno iba mal, no se arruinaba el resto. Cada uno era responsable de sí mismo. Ellos también idearon la letra de crédito: tú viajabas con tus mulas al extranjero y no ibas transportando el oro. El Banco Médici te daba una carta y, cuando llegabas a destino, la canjeabas en uno de sus bancos y retirabas la suma que querías".
P.– Los Médici también se introdujeron en los resortes del poder vaticano.
R.– Dimos tres papas y una treintena de cardenales. Todo marketing. El primer papa fue León X, hijo de Lorenzo de Médici, El Magnífico. Realmente fue un príncipe del Renacimiento que se encontró con la reforma de Martín Lutero en 1517. Trató de frenarlo antes de llegar a Papa, pero como todo el mundo lo consideraba inofensivo, ni imaginaron que tenían en las manos una bomba. No estaba bien preparado. El siguiente fue su primo Clemente VII, Julio de Médici, que es directo antepasado mío. Se encontró con una situación muy difícil en Europa con Carlos V y las guerras de religión. Tuvo que luchar constantemente. Cambió de paredes como de camisa y un día se aliaba con uno u otro a conveniencia. Al final eran estrategas. A él lo persiguieron, huyó, se escondió en Roma y hasta salió corriendo vestido de monja.

Portada del libro de Lorenzo de Médici: 'Los Médici: mi familia', que se estrenará el 28 de mayo.
P.– ¿Fue un medio para fortalecer Florencia o una vocación espiritual real?
R.– Fue un medio para fortalecer las finanzas de la familia al poder administrar la banca vaticana. Florencia se benefició indirectamente de esta asociación con las obras construidas por la familia.
P.– Con la muerte del Papa Francisco, y en plena búsqueda de un nuevo Pontífice, ¿cree que la Iglesia necesita otro 'Papa reformador'?
R.– Francisco sólo ha iniciado reformas que necesitaban ser promovidas desde hace tiempo. Mantenerlas dependerá del próximo Pontífice. Creo que, visto el revuelo actual en la Iglesia católica, podría salir un Papa conservador. También europeo. Los tiempos son muy diferentes. El catolicismo tiene muchos problemas que enfrentar. Por ejemplo, ya no tiene ni tiempo, ni dinero, ni voluntad de dedicarse a obras artísticas.
P.– ¿Ve en el Vaticano de hoy actores con ese mismo nivel de juego estratégico, o se ha perdido el arte de la política eclesiástica?
R.– El Vaticano es el Vaticano y nada ha cambiado desde hace siglos. Es un avispero donde los juegos de poder se hacen en la sombra y que el público no puede captar.

Lorenzo de Médici durante la entrevista con EL ESPAÑOL, en los jardines del Palacio de Bacalhôa. E. E.