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En 1519, cuando Hernán Cortés desembarcó en Veracruz, un hombre de piel negra marchaba entre los conquistadores, no como esclavo, sino como aventurero libre. Se trataba de Juan Garrido, un africano llegado desde Lisboa, que buscaba oro y gloria en el Nuevo Mundo.

Su presencia, aunque sorprendente, no era única. Con los españoles podíamos encontrar hombres africanos, libres o esclavizados, blandiendo espadas junto a los europeos, soñando con riquezas o con romper sus cadenas. 

Entre ellos se encontraba un joven nacido en Senegal que se alzó desde la esclavitud hasta capitanear tropas en las tierras salvajes de Chile, negociando un audaz contrato para comprar su libertad. Pero el imperio al que sirvió, con sangre y con valor, le negó ese derecho hasta su último suspiro. Su nombre era Juan Valiente, un héroe traicionado por la historia. 

Fundación de Santiago de Chile.

Fundación de Santiago de Chile. Wikimedia Commons

Arrancado de África 

Alrededor del año 1505, en una aldea de Senegal, un joven llamado Sangor vivía ajeno al destino que lo aguardaba. En su propia casa, fue capturado por traficantes de esclavos portugueses, que lo vendieron en Sevilla. 

Tras un brutal viaje por el Atlántico llegó a Nueva España (México) alrededor de 1530, donde fue comprado por un hidalgo emparentado con Hernán Cortés, Alonso Valiente, un influyente español que comerciaba con esclavos y soñaba con expandir su riqueza en las nuevas provincias americanas. Sangor fue bautizado como Juan, un nombre con el que formaría parte de un proyecto de expansión hacia las indómitas tierras del sur: Chile.

Juan trabajaba en la casa de su amo, en Puebla, pero su mente no se doblegaba. En una América donde muchos africanos llegaban como esclavos, él veía una chispa de oportunidad en las expediciones de conquista que prometían riqueza y, para algunos, libertad. 

Libertad por contrato 

Así que, en 1533, Juan convenció a Alonso para firmar un contrato notarial, un documento raro para un esclavo, con un sencillo trato: Se uniría a una expedición durante cuatro años, regresaría con las ganancias y compraría su libertad. 

Su amo aceptó la oferta y, con el documento siempre a mano para evitar ser capturado como fugitivo, Juan dejó Puebla y se unió a la expedición de Pedro de Alvarado en Guatemala, rumbo a Perú. Allí, bajo el mando de Diego de Almagro, se aventuró hacia Chile en 1535, en una campaña que fracasó ante la resistencia mapuche y el hambre.

Pero Valiente no se rindió. Su destino le esperaba al sur, junto a un hombre que reconocería su valentía y su servicio, Pedro de Valdivia, el legendario conquistador y gobernador de Chile. 

El conquistador de Chile 

En 1540, Juan se alistó en la expedición de Valdivia para conquistar Chile, un territorio donde los mapuches desafiaban a los españoles con ferocidad. La travesía fue un infierno durante el cual cruzaron desiertos, se enfrentaron a emboscadas y soportaron el frío de los Andes. Juan Valiente destacó desde el principio y, en 1541, participó en la fundación de Santiago, una precaria aldea rodeada de enemigos.

Durante un ataque mapuche a los lavaderos de oro de Marga Marga, Juan y otro soldado fueron los únicos sobrevivientes, galopando bajo una lluvia de flechas para alertar a la guarnición. Su heroicidad no pasó desapercibida y Valdivia, impresionado, le otorgó una encomienda junto al río Mapocho, una de las cinco concedidas a africanos en Chile. Pero a pesar de que Juan vivía como un hombre libre, su estatus legal seguía siendo el de esclavo

En 1546, Valdivia lo ascendió a capitán de infantería, un honor casi impensable para un hombre de su origen, gracias al cual comandaba tropas españolas, galopando al frente con la misma autoridad que cualquier hidalgo español. 

Sus hombres lo respetaban, y su fortuna crecía con cada campaña, pero en su corazón latía un deseo que no se apagaba: la libertad prometida por aquel contrato que siempre llevaba consigo. 

La lucha por la libertad 

Mientras Juan blandía su espada en Chile, Alonso Valiente, desde Nueva España, no olvidaba su "inversión", por lo que, en 1541, envió a uno de sus nietos a Santiago para reclamar el dinero acordado o traer de vuelta a su esclavo. Juan, leal a su palabra, intentó cumplir, y envió los pagos confiando en que su amo recibiría el oro que le debía. 

Últimos momentos de Pedro de Valdivia

Últimos momentos de Pedro de Valdivia Wikimedia Commons

Pero la corrupción en la capital de Chile frustró sus esfuerzos, ya que los intermediarios se embolsaron el dinero y Alonso nunca lo recibió. A pesar de sus hazañas, el sistema lo mantenía encadenado. Juan seguía luchando, no solo contra los mapuches, sino contra un imperio que lo consideraba una mercancía. 

En 1547, durante una revuelta en Perú, Juan acompañó a Valdivia para sofocar la rebelión de Gonzalo Pizarro. En la batalla de Xaquixahuana, su valentía ayudó a asegurar la victoria española y, a su regreso a Chile, su reputación como capitán era indiscutible.

Pero Alonso Valiente, cada vez más impaciente, redobló sus esfuerzos para recuperarlo, por lo que, en 1550, envió una nueva demanda, exigiendo que Juan regresara a México. Valdivia, consciente del valor de su capitán, intercedió, pero la ley estaba del lado del amo. Juan vivía atrapado en una paradoja, ya que era un conquistador respetado, pero seguía siendo propiedad de otro. 

La traición final 

En 1553, los mapuches, liderados por Lautaro, intensificaron su resistencia. Valdivia organizó una campaña para aplastar la rebelión, y Juan, como siempre, marchó al frente. En la batalla de Tucapel, el 25 de diciembre, las fuerzas españolas cayeron en una emboscada en la que los mapuches atacaron con una furia implacable. En aquel enfrentamiento Valdivia fue capturado y ejecutado. Juan luchó hasta el final, hasta que cayó bajo las lanzas enemigas. Tenía 48 años. 

Su cuerpo se perdió en el campo de batalla, enterrado en un lugar desconocido.

Con su muerte, el contrato que prometía su libertad se desvaneció. Alonso Valiente nunca recibió el pago completo, pero tampoco pudo reclamar a su esclavo. El hijo de Juan, heredero de la encomienda, mantuvo el legado de su padre, pero la familia vivió siempre bajo la sombra de un sistema que negaba su plena humanidad. 

Un legado olvidado 

Juan Valiente no fue un caso aislado. Africanos como Juan Garrido, que plantó trigo en México, Beatriz de Palacios, que luchó en Panamá, o Francisco Menéndez, que llegó al rango de capitán del ejército español, también dejaron su huella en la conquista. Algunos, como Garrido o Menéndez, lograron su libertad; otros, como Juan Valiente, murieron buscándola. 

Su vida desafía la narrativa de que los africanos en América fueron solo víctimas pasivas. Juan fue un guerrero, un estratega y un hombre que exigió su derecho a la libertad con un contrato que el imperio ignoró. 

En pleno siglo XXI, con 50 millones de personas atrapadas en formas modernas de esclavitud, la lucha de Valiente nos recuerda que la libertad es un derecho que aún debemos defender. En Chile, su nombre resuena hoy como símbolo de resistencia y valor, pero en España apenas se le conoce. Al menos, hasta hoy…