De las vacaciones en familia de la infancia, cuando cruzábamos la península en coche de madrugada, se me quedaron grabadas en la memoria algunas de las canciones que acompañaban las carreteras infinitas que conectan el secarral castellano con las costas de Levante. Hay un periodo indeterminado de la niñez, que va de Disney al momento de elegir ídolos, en que tu música es la de tus padres.
Es un breve tiempo que, seguro, algún estudio marcará como esencial para formar la cultura musical. Un chaval de seis años canta sin parar Al alba de Luis Eduardo Aute, The Sound of Silence de Simon and Garfunkel, o las antiguas sintonías radiofónicas versionadas por El Consorcio. En ese momento exacto entró en mi cabeza para siempre el disco Mi tierra, de Gloria Estefan.
Volviendo de viaje el pasado viernes de la afrenta de los pinganillos en la Cumbre de Presidentes, mi audioteca digital eligió en modo aleatorio aquella Hablemos el mismo idioma de la elegante dama de la música latina. Llega un día en la vida en que se deja de creer en las casualidades (no lo marca la edad, sino la experiencia), y ese canto a la unidad en la diversidad de la comunidad hispana me quitó la vista del dedo y del árbol. Pude ver la luna y el bosque.
La llegada de los pinganillos a la Cumbre de Presidentes para poder intervenir en las lenguas cooficiales es un síntoma más de la degradación de la convivencia que sustenta el sanchismo. Una aparente apuesta por la diversidad que, sin embargo, termina siendo una barrera para el acuerdo. El sanchismo solo puede seguir sobreviviendo en la división interminable, en los bandos entre bandos, y a pocos les quedan dudas de que Pedro Sánchez y su legión de ministros llegaron con voluntad de desacuerdo. La propia táctica intimidatoria de rodear al presidente de ministros para equilibrar fuerzas con el poder autonómico popular planteaba la cita en clave de confrontación. La necesidad de traducción simultánea para comprender algunas intervenciones era otra piedra para el consenso. Otro dedo y otro árbol. Isabel Díaz Ayuso cayó en la trampa jugando a su juego.
No es cierto que el uso de las lenguas cooficiales en la Cumbre de Presidentes sea un avance en la diversidad de esta España zurcida desde los extremos. No hay ejemplaridad, ni divulgación, ni escaparate en que se utilicen varios idiomas en una reunión a puerta cerrada. Los únicos argumentos que sostienen a duras penas el dispendio de traductores en el Congreso y en el Senado aquí se desmoronan. Fue tan solo un ataque a la eficacia y la utilidad del encuentro. Una maniobra de distracción para esquivar cualquier negociación fértil.
Díaz Ayuso tiene razón en aquello que cantaba Gloria Estefan: “Hablemos el mismo idioma, que solo unidos se logrará”. Pero también es cierto el otro verso: “Las palabras se hacen fronteras”. Eso es lo que pretendía y consiguió el astuto Sánchez con la complicidad encolerizada de la lideresa madrileña.