Voy a servirme de esta tribuna que me ofrece generosamente “El Ágora” para, utilizando como vela iluminaria aquello de lo que sé un poco, o eso creo con osadía, adentrarme en la oscuridad de mi ignorancia ante el apagón que sufrimos los españoles el pasado día 28 de abril, evitando así dar “palos de ciego”.
¿Qué es lo que sé?
Soy abogado desde hace mucho más tiempo del que me gustaría. He ejercido -y sigo con ese afán- por más de cuarenta años, a horcajadas entre dos siglos. Quizá por ello, en este final de la carrera, tiendo a simplificar lo que, a priori, parece complicado, eliminando la hojarasca de la jerga superflua.
Por eso, no dejo de repetir, ante todas esas imputaciones que inundan nuestra realidad política, que se investiga por sospechas, se procesa por indicios y se condena por pruebas, pues, cuando todavía no hay nada de esto, a lo sumo se puede hablar de conjeturas, cuando no de ocurrencias.
La ocurrencia se mueve en el ámbito de la imaginación, por muy aguda u original que sea, mientras que la conjetura apela a la razón, pidiéndole su opinión, aunque la conclusión no llegue a tener esos “visos de verdad”, a que se refiere la RAE al definir la sospecha.
Por tanto, que nadie intente poner la carreta delante de los bueyes, pretendiendo abrir el proceso por lo que se le ocurre o conjetura, continuarlo aunque no aparezcan indicios y condenar al presunto inocente sin pruebas.
¿Qué es lo que no sé?
No me duelen prendas por confesarlo. A pesar de mi bachillerato de ciencias, soy un cuasi analfabeto eléctrico. Cuando estudié física, allá por mis quince años, logré entender el funcionamiento de la palanca, también el de la polea, incluso la llamada combinada o compuesta -el polipasto, poniéndonos técnicos-, pero al estudiar la electricidad, mi mundo de científico en ciernes, se me hizo añicos.
Yo necesitaba poder comprobar lo que aprendía, y aquello del flujo de electrones en movimiento a través de un cable conductor que yo veía inmutable, se me asemejaba a un acto de fe, pues, como es obvio, no estaba dispuesto a meter los dedos en un enchufe para comprobarlo. Quizá por ello, encaminé mis pasos hacia el derecho.
Todo esto me ha venido a la cabeza, ante las reacciones que he observado frente al dichoso apagón, pues resulta que, en las semanas transcurridas, cualquiera con el que se hable, sin más motivación que la rabia derivada del berrinche por tantas horas desconectado, seamos sinceros, ya sabe quién es el culpable de todo.
Ante lo cual, por mi maldita tendencia, casi enfermiza, a distinguir las ocurrencias y conjeturas de las sospechas, y estas últimas de los indicios y, sobre todo, de las pruebas, he tenido que hacer un curso apresurado para intentar entender lo que nunca había entendido y ahora puedo decir, con orgullo y satisfacción, que ya estoy en “primero de apagones”.
Aunque sigo sin entenderlo, desde mis casi nulos conocimientos científicos, la fe que mantengo en la ciencia me permite afirmar que, al parecer, existen motivaciones técnicas para que se desacoplaran automáticamente 15 gigavatios -lo que nos llevó al 0 energético-, por haberse producido una sobretensión en la red de transporte de electricidad a causa de haber más oferta que demanda; todo ello derivado de haber programado ese día Red Eléctrica una producción excesiva de energía no firme -fotovoltaica y eólica- y muy poca generación firme -hidráulica, gas o nuclear-.
Si todo ello es responsabilidad de la Administración Pública o de los operadores privados -no olvidar que Red Eléctrica es una empresa que incluso cotiza en Bolsa-, es algo que se deberá ir dilucidando a medida que se vayan conociendo los hechos, pues hasta el 3 de mayo, la Comisión nombrada por el Gobierno no ha tenido en su poder la “caja negra” con todos los datos del siniestro, en la que tendrá que analizar los miles y miles de valores que arrojaron las más de 60.000 plantas generadoras y las 10.000 llegadas en subestaciones que hay en España, y eso en intervalos de 20 milisegundos.
Parece, a priori, un análisis algo más arduo que el rastreo de un móvil del Fiscal General del Estado para saber si filtró o no un determinado correo, o el itinerario del Presidente de la Comunidad Valenciana para conocer qué hizo tras la sobremesa de aquella, cuanto menos, inoportuna comida.
Si para esclarecer esto, llevamos meses de investigación judicial -amén de la periodística, que a veces es más eficaz- y seguimos “in albis”, no pretendamos en este caso saltarnos todos los pueblos y llegar al destino que nos inspira el puro deseo político, de la mano de simplistas conjeturas o calenturientas ocurrencias. Como he dicho al inicio, hay que comenzar por sospechas, seguir por indicios, hasta llegar, ojalá, a las pruebas.
Por tanto, démosle tiempo al tiempo que permita -con rigor- hacer las comprobaciones oportunas que nos iluminen en la oscuridad, pues hasta Dios, según nos lo relata el Génesis, actuó así. Primero creó los cielos y la tierra; y fue después, al constatar que ésta “estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” cuando dijo: “Hágase la luz”. Incluso desde la perspectiva del "big bang" -cuando explotó la nada- las cosas no ocurrieron de muy distinta forma, pues debieron ir por sus pasos, puede que no en milisegundos, hasta que "la luz se hizo".