Hace unas semanas celebramos la comunión de mi hija pequeña. Fue uno de esos días en los que todo parece encajar: el sol suave de mayo, la familia reunida, los niños jugando sin reloj y los adultos dejándose llevar por una alegría que se percibía real.
Más allá del rito, lo que vivimos fue una celebración de la infancia, del paso del tiempo compartido y de las raíces que vamos construyendo para nuestras hijas e hijos. En un mundo cada vez más acelerado, detenerse para celebrar lo cotidiano se ha convertido en un acto casi revolucionario.
Algunas personas importantes no pudieron acompañarnos. Y no porque no quisieran. Estaban en Roma, donde Málaga cruzó fronteras de la mano de uno de sus símbolos más queridos: la Virgen de la Esperanza.
Pero no hace falta entrar en lo litúrgico para entender lo que eso significó. Lo que viajó hasta la capital italiana fue mucho más que una talla procesional: fue una muestra viva de patrimonio, de cultura popular, de identidad. Roma se llenó de sonidos, de trajes bordados, de emoción contenida. Y con ello, un pedazo de Andalucía se hizo presente fuera de nuestras fronteras.
La coincidencia con el lanzamiento de la nueva campaña de “Andalusian Crush” por parte de la Junta de Andalucía no podía ser más oportuna. En esta ocasión, el foco está puesto en la Semana Santa como manifestación cultural.
Lejos del discurso turístico al uso, el anuncio apela a la emoción colectiva que despierta una tradición con siglos de historia, donde conviven la música, la artesanía, la estética y, sobre todo, la pertenencia. Y es que sentir que algo es tuyo —aunque no lo practiques— también es una forma de identidad.
Porque en tiempos de globalización, donde todas las ciudades tienden a parecerse y las experiencias se copian unas a otras, proteger lo particular se convierte en una apuesta por la sostenibilidad real. No hay crecimiento duradero sin memoria. No hay desarrollo equilibrado si arrasamos con lo que nos hace diferentes.
El turismo cultural está en auge. Según datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, más de 12 millones de personas visitaron España en 2023 motivadas por razones culturales. Andalucía, con su patrimonio monumental, sus tradiciones vivas y su calendario lleno de fiestas populares, fue uno de los destinos más elegidos.
Este tipo de visitante genera un impacto económico profundo —más de 16.000 millones de euros al año—, pero además deja algo más valioso: reconocimiento, respeto, difusión de lo propio.
Las calles, los ritos, los sabores, los sonidos. Todo eso que a veces damos por sentado es, en realidad, lo que convierte a un lugar en único. Y Andalucía, con sus contradicciones y matices, no necesita disfraces para enamorar. Porque cuando un territorio se entrega con autenticidad, sin artificios, deja huella.
Ver a mi hija, rodeada de gente que la quiere, creciendo entre historias, acentos, gestos y afectos tan nuestros, me hizo pensar en lo importante que es preservar lo que somos. Para que las nuevas generaciones no tengan que buscar fuera lo que ya tienen dentro. Para que puedan vivir en un lugar donde la cultura no se encierra en museos, sino que respira en la calle, se hereda en las sobremesas y se celebra en cada gesto cotidiano.
Quizá el verdadero “Andalusian Crush” sea ese: el flechazo diario con una tierra que, cuando se muestra tal como es, no necesita explicación.